Hace varios meses atrás me inscribí en dos de las redes o servicios de comunicación social -
social media- de moda en estos últimos tiempos en España: en
Facebook y en
Twitter. Me apunté, entre otras razones, por el entusiasmo con el que me hablaban algunos colegas a los que respeto mucho y sentía curiosidad por probar y experimentar lo qué ocurría en su interior, y de este modo inferir sus potencialidades como recursos para la cultura y la educación. Después de estos meses ¿qué he aprendido? ¿qué opinión me he formado sobre las mismas?.
Escribe breve, rápido y sé divertido
Lo más llamativo que uno descubre es que la comunicación en estas redes se produce a través de un torbellino de frases cortas, a modo de telegramas, que la gente escribe de forma ininterrumpida sobre su vida profesional, sobre su ocio, sus aficiones, sus viajes, sus fiestas, sus opiniones políticas, o sobre cualquier otra faceta. En la mayoría de los casos son expresiones breves, divertidas, amables, ocurrencias escritas a vuelapluma.
He percibido que, el comportamiento de los adultos en estas redes no se diferencia del que desarrollan los adolescentes en las mismas: subir fotografías de una fiesta, de un viaje, de una cena; comentar las fotos en las que aparecen los amigos/as, saludar al conocido de trabajo o al excompañero de la época escolar, comentar la última película que se ha visto, criticar una determinada noticia política, incorporar el enlace a una web o blog que le ha interesado, etc. En conjunto, tanto Facebook como Twitter (al igual que otras redes de social media como
Tuenti,
Hi5, y similares) proporcionan información superficial, ya que solamente permiten la comunicación rápida, breve e instantánea.
Mi experiencia en estas redes me recordó a lo que me sucedió con los antiguos canales del
IRC (Internet Relay Chat) de hace quince años atrás. Confieso que cuando descubrí la IRC me entusiasmé porque interaccionaba con otras personas en tiempo real a través de la escritura. Me divertía y pasé muchas horas en aquellos canales buscando grupos afines, jugando con las palabras y flirteando. Pero pronto me cansé ya que las conversaciones eran absolutamente triviales e intrascendentes. En pocas palabras, me resultaron anodinas desde un punto de vista cultural. Eran un mero divertimento.
Las redes como fábrica de emociones
Reconozco que hay algo en las redes sociales que tienen un poderoso potencial embriagador para los humanos: nos provocan emociones. Participar en las mismas tiene más que ver con el mundo de los sentimientos, que de la racionalidad. Al igual que ocurre en el mundo real, encontrarnos con alguien conocido en la red nos impacta emocionalmente y tendemos a intercambiar mensajes afectivos (saludarnos, preguntar qué tal estamos, recordar viejos encuentros, deseos para el futuro, compartir una noticia personal, etc.). De este modo, los espacios web de las redes sociales están llenas de informaciones, datos, noticias, fotos, videos, mensajes, textos, … que tienen que ver con la vida íntima y personal de sus miembros. Las redes sociales están teniendo el éxito que tienen porque generan lazos emocionales de pertenencia a un determinado colectivo o grupo social con el que interaccionamos. De hecho, utilizamos el término “amigos” para referirnos al número de personas que están conectadas con nuestro perfil de usuario. Pero intelectualmente, las redes sociales son limitadas en varios aspectos.
La cultura del telegrama
Lo más preocupante, desde mi punto de vista, es la extensión y consolidación de lo que denomino como “
cultura del telegrama” (
telegram culture) que son potenciados por las características comunicativas que permiten Facebook, Tuenti o Twitter. Los adultos que fuimos educados en la cultura impresa ya no utilizamos las formas epistolares –de carta- para comunicarnos con nuestros familiares, amigos o colegas. Antes de la aparición de la tecnológica digital redactábamos cartas largas destinadas a la novia o amigo de turno, que nos obligaban a dedicar tiempo a una escritura pausada, lenta y reflexiva. Esta cultura epistolar es todo lo contrario de la cultura del telegrama donde prima la economía de las palabras, y prima también la urgencia en hacerlas llegar al destinatario. Esta descripción ¿no podríamos aplicarla a lo que es Twitter?.
Con la comunicación en las redes digitales, tanto nosotros como los jóvenes, estamos perdiendo la competencia para escribir o leer textos escritos de cierta complejidad. Esto significa que nos estamos atrofiando como sujetos que dominan las formas expresivas para la redacción de textos prolongados y extensos, coherentemente argumentados y que estén construidos siguiendo una secuencia de inicio, desarrollo y conclusión. La mayoría de los textos de las redes sociales, por el contrario son breves, espontáneos, cortos y poco meditados. Es el triunfo de la inmediatez comunicativa frente a la reflexión intelectual. Es el triunfo de la escritura del SMS, y no del texto narrativo.
Reconozco que este tipo de comunicación en formato de telegrama es necesaria –siempre lo ha sido en la historia de la sociedad moderna- y muy útil. Gracias a los telegramas hemos podido transmitir en poco tiempo noticias urgentes y relevantes a otras personas. Por ello, lo positivo de Twitter o Facebook es poder enviar estos telegramas a muchas personas, de forma fácil, en directo y sin intermediarios. Responde, de algún modo, al concepto de
prosumer (productor/consumidor) de información que potencia la horizontalidad comunicativa frente a los modelos jerárquicos de los medios de comunicación tradicionales.
Retransmitiendo la vida real: el tuitteo como exhibicionismo
Lo que cuestiono y critico es convertir esta forma comunicativa de la brevedad en un formato de escritura permanente que se solapa con la vida real. Me explico. Hay un verbo –aún no aceptado por la
RAE, pero que ya empleamos muchos cibernautas- que se denomina “tuittear” que consiste en que escribir en Twitter mensajes simultáneamente a un hecho que está ocurriendo. Por ejemplo, comentar una conferencia a la vez que se impartiendo, reproducir discusiones de una reunión mientras ésta acontece, o informar en tiempo real de cualquier evento deportivo o musical en el que uno está presente.
Cada vez es más habitual encontrarse con este tipo de individuos que más que atender a lo que ocurre a su alrededor están tecleando de modo compulsivo su portátil o netbook. ¿Los han observado en medio de una charla, curso o conferencia? Están más preocupados con el texto que producen –y las reacciones de otros cibernautas- que por el propio hecho o acontecimiento al que asisten. El problema que planteo es que si leen los textos escritos en estos “tuitteos” la mayor parte de los mensajes son reproducciones de frases inconexas y aisladas que han oído al conferenciante o han copiado del power point expuesto; o son simplemente valoraciones o ideas que de forma inmediata le vienen a la cabeza al tuittero por lo que carecen de la suficiente meditación o reflexión. Por ello, suelen ser frases cargadas de valor emocional tipo “me encanta”, “me parece aburridísimo”, “es una chorrada”, “aprecio y apoyo lo dicho por…”, entre otras muchas expresiones. Lo que se escribe son ocurrencias, no ideas.
La tendencia general, en Twitter o en Facebook, es contar lo que esa persona está haciendo o pensando en ese mismo momento: qué canción está oyendo, en qué ciudad se encuentra uno, qué web, blog o videoclip acaba de visitar. Existe una irrefrenable tendencia a hacer público lo que es una experiencia personal, a convertir la intimidad en un objeto abierto a la mirada de los otros. Es el concepto de
lifestreaming, muy de moda actualmente en los círculos del social media. En el lenguaje políticamente correcto, se dice que es “compartir”, pero a mí me parece, que en muchas ocasiones, lo que sucede es una especie de striptease de la vida privada que tiene mucho más de exhibicionismo que de colaboración o cooperación social. Quizás el problema sea mío y mi pudor me impide apreciar adecuadamente este tipo de mensajes como relevantes o valiosos.
Supongo que este fenómeno responde a una tendencia sociocultural más amplia que se manifiesta en muchos otros espacios de la comunicación. Me refiero, por ejemplo, al crecimiento de los denominados “reality shows” que tanto éxito tienen en las televisiones de masas (aquellos programas que retransmiten durante 24 horas lo que un grupo de personas están haciendo). Es el éxito del exhibicionismo a través de la cámara, o si se prefiere, de la retransmisión de la vida en directo. De algún modo, Facebook, Tuentti o Twitter serían lo equivalente en el ámbito de las redes sociales: la exhibición de nuestros gustos, opiniones, fotografías, canciones, páginas web, etc. a los demás (que en lenguaje correcto, se dice que son nuestros “amigos”). Ver este
artículo en Publico.es
La responsabilidad de los educadores
En definitiva, digo que no me gusta Facebook o Twitter porque no me atrae la exhibición de lo que pertenece a la esfera de la experiencia e intimidad personal y porque no me gusta leer meras ocurrencias escritas telegráficamente. Lo que considero valioso es escribir y leer textos bien argumentados, correctamente redactados y reflexivos. El problema, como ya dije, no es la existencia de estos canales de comunicación espontánea y rápida, sino que los mismos se están convirtiendo, para muchos sujetos, prácticamente en la única forma de comunicación digital.
Nosotros los educadores tenemos que ser conscientes de que ello pudiera ser una rémora o perjuicio para la formación de competencias culturales plenas y de calidad en los adolescentes y jóvenes. Está bien participar en las redes sociales, pero no nos olvidemos que para un maestro o educador lo relevante es formar ciudadanos cultos, críticos e inteligentes. Y por ello, tenemos que saber que las formas de escritura propias de Facebook, de Tuenti, o Twitter no favorecen ni potencian competencias culturales basadas en la reflexión racional. Ésta solamente se cultiva con la lectura y análisis de textos narrativos coherentes y extensos sean de literatura, de periodismo, de ciencia, o de ensayo. Las redes sociales son simplemente eso: redes sociales, no necesariamente espacios de aprendizaje formal.