Sin embargo, la hiperconectividad satura
 y, en ocasiones, genera problemas. Por ello, es muy relevante y 
necesario aprender a seleccionar los tiempos de desconexión. Puede 
parecer fácil, pero en los tiempos actuales no lo es.  La desconexión 
significa renunciar a dar prioridad a la comunicación digital. Significa
 otorgar a la máquina un papel secundario respecto a las personas con 
las que estamos presencialmente. Y casi nunca lo hacemos. Fijémonos en 
las conductas cotidianas con nuestros móviles, tabletas o PC. Cuando 
estamos conversando con alguien y suena el aviso de un mensaje atendemos
 inmediatamente a la pantalla. Cuando entramos en un avión lo último que
 hacemos es apagar el teléfono (porque nos obligan), y lo primero que 
hacemos, antes de salir de la aeronave, es encender nuestro smartphone.
 De forma habitual se producen situaciones donde el uso de la tecnología
 es disfuncional socialmente, incluso maleducada. Recuerdo que en la 
celebración de una oposición en un concurso a cátedra universitaria, 
tres de los cinco miembros del tribunal estaban más atentos y 
preocupados por el aparato tecnológico con el que estaban conectados que
 con la exposición que realizaba la persona opositora. En otra ocasión 
cenando con unos amigos, uno de los comensales fue recriminado porque su
 dedicación al teléfono móvil era tan abrumadora que nos hizo sentir 
incómodos y ninguneados a quienes allí estábamos.
La desconexión voluntaria, intencional o consciente tal como la sugiero es asumir o participar en la filosofía del denominado movimiento slow.
 Desde hace unos años se está reivindicando una desaceleración del 
frenético y estandarizado modo de vida urbana que básicamente consiste 
en defender un estilo de existencia vital más sosegado, tranquilo y 
humanizado en busca de mayor bienestar y equilibrio personal. Así por 
ejemplo, en la comida (frente al fast food o alimento macdonalizado) ha surgido el concepto slow food de cocina lenta, placentera y diversificada, en el campo de la moda el slow fashion, o en el ámbito del urbanismo el concepto cittaslow.
 De modo similar a este planteamiento han empezado a surgir voces que 
reclaman que tenemos que aprender a seleccionar los tiempos de conexión y
 desconexión a la tecnología. Es lo que empieza a configurarse como el 
movimiento slow tech y que cuenta incluso con un día de la desconexión o “unplugging day”. De modo similar hay voces que reclaman unos slow media o “medios de comunicación lentos” como Arianna Huffington o  el The Wall Street Journal. También pueden encontrarse más opiniones en distintas entradas a blogs y otros artículos.
La capacidad para tomar decisiones 
intencionales para realizar un uso consciente y crítico de la tecnología
 no surge espontáneamente. Esta competencia necesita ser educada. 
Requiere de una persona con conocimientos tecnológicos básicos, con un 
acerbo cultural sólido, con una identidad plena y equilibrada de sí 
mismo y que disponga de valores y principios anclados en la ética 
democrática. Por ello, considero que en el contexto de la educación 
escolar así como en la educación informal desarrollada en el contexto de
 los hogares hay que “educar para la desconexión”, para que un niño o 
adolescente aprenda a controlar el uso que realiza de la tecnología, y 
no al revés. Todo ello sería parte de lo que conocemos como 
alfabetización o competencia digital.
Por una parte, hemos de educar para 
tomar conciencia de que vivimos en una sociedad donde estamos sometidos 
al control, observación y espionaje de todos nuestros datos digitales 
(de los cuales se apropian las empresas para su comercialización y venta
 a otras empresas, o que utilizan sin recato los poderes gubernamentales
 bajo el paraguas de la seguridad), por lo que cualquier ciudadano debe 
saber que solamente las actividades que realizamos sin conectividad 
conservan la posibilidad de ser privadas. Desconectarse conscientemente,
 en consecuencia, también es evitar la vigilancia y el control 
permanentes y por tanto hacer uso pleno de la libertad como ciudadano y 
sujeto.
Por otra parte, la filosofía de la desconexión, del unppluging o slow tech
 significa reclamar tiempos y espacios privados e íntimos en el quehacer
 diario para atender a los demás, y también a uno mismo. Ello redundará 
seguramente en aprender a disfrutar y focalizar la atención en las 
experiencias sensitivas que nos proporcionan los objetos, los paisajes, 
las personas, o los acontecimientos que nos rodean y que son próximos. 
La desconexión consciente es aprender a recuperar el placer de lo 
empírico, de lo cercano, de lo sensorial. Es otorgar prioridad, al menos
 por un periodo de tiempo concreto de unas horas o unos días, a nuestras
 vivencias como sujetos inmersos en un medioambiente o ecosistema 
natural. Es recuperar, en definitiva, la materialidad de lo que nos 
rodea y sentirnos parte de un mundo formado por átomos y no solo por 
bits.
Este post lo escribí  y fue publicado para el blog "Traspasando la línea" de EL PAÍS y que coordina Albert Sangrá. Puedes acceder al texto original 
