"cine es cine", y sacarlo de su espacio natural para consumirlo desde el sofá de tu casa, en la pantalla del ordenador, en el móvil o en el televisor más espectacular y diáfano siempre será un sucedáneo, una impostura, sin la menor relación con el espíritu de un placer sagrado.
El pasado viernes no pude dejar de emocionarme con la lectura del artículo Voy al cine. Sigo vivo escrito por Carlos Bollero y publicado en el periódico EL PAIS. En el mismo se llora el fenómeno, casi inevitable, de la desaparición de las salas tradicionales de cinematografía. Aunque ello no signifique que visualización de películas disminuya. Todo lo contrario. Hoy en día se consume más que nunca productos audiovisulaes en mil formatos y espacios variados: en la televisión, en el ordenador, en los aviones, en los trenes, en las PDA, en los MP4, en los DVDs, en You Tube, etc. Pero como sugiere C. Boyero las sensaciones que provocan esas salas cerradas, húmedas, oscuras e incómodas llamadas salas cinematográficas ofrecen una "experiencia" única e instrasferible. Quienes tenemos, desde la infancia, interiorizado el placer de desvanecerse durante dos horas en las imágenes y sonidos de la pantalla gigante no nos conformamos con la única opción de ver cine en el cuarto de casa o en un móvil. Podemos contemplar la misma película, pero no sentir las mismas emociones.
Ir al cine es un ritual lleno de pequeñas decisiones: abrir el periódico y buscar las películas de la cartelera, preguntar si alguien sabe algo de alguna de ellas, llamar a algún amigo/a para quedar juntos, acudir a la cita, comprar las entradas haciendo cola, ir a tomar un café , entrar en la sala con tiempo y buscar el asiento, rezar para que no se siente delante tuya alguien que te impida disfrutar de toda la escena proyectada, salir de la película todavía vibrante y comentarla, ..., en fin, ir al cine es una experiencia más compleja que ver una película.
Ir al cine es un ritual lleno de pequeñas decisiones: abrir el periódico y buscar las películas de la cartelera, preguntar si alguien sabe algo de alguna de ellas, llamar a algún amigo/a para quedar juntos, acudir a la cita, comprar las entradas haciendo cola, ir a tomar un café , entrar en la sala con tiempo y buscar el asiento, rezar para que no se siente delante tuya alguien que te impida disfrutar de toda la escena proyectada, salir de la película todavía vibrante y comentarla, ..., en fin, ir al cine es una experiencia más compleja que ver una película.
Por desgracia, este artículo de C. Boyero, me hizo recordar (y confirmar) lo que pocas semanas antes escribí en este blog respecto a Objetos de un tiempo que se devanece.
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